Autor: JOSEP LOPEZ 11 Mayo 2010
Cuando una pareja se separa o se divorcia, se suele escuchar a alguno de los protagonistas (o a los dos) decir cosas como: “¡Es que me faltaba el aire!”. O bien: “¡Necesitaba mi propio espacio!”. O incluso cosas más concretas del tipo: “¡No me dejaba ni escuchar la música que quería!”. O: “Se enfadaba si salía una noche con mis amigas”.
En estos casos, como en la inmensa mayoría de separaciones, sean por mutuo consentimiento o tras ver volar los platos por encima de las cabezas de los respectivos, la realidad es que uno de los dos abandona el hogar común y trata de construir uno nuevo, buscando ahí el espacio y el aire que al parecer le faltaban. Lo cual, como es fácil de suponer, lleva asociadas toda una serie de consecuencias, por supuesto emocionales (las más difíciles de digerir y gestionar, máxime si hay hijos de por medio), pero también sociales y económicas.
Muchas veces la añoranza o la inexistencia de ese “espacio propio” es esgrimida como un argumento de peso, como una razón que al parecer justifica la separación. O bien, sin llegar a la separación, esa falta de espacio aparece indirectamente en forma de agresividad o tristeza, e incluso de enfermedad, según las diferentes estructuras de personalidad, o dicho de forma más sencilla, según la forma de ser de cada uno.
En su libro, George Escribano y Josep López exponen los
beneficios de tener espacios propios, al margen
de la pareja, para el desarrollo personal y social.
Acaba de llegar a las librerías un libro titulado “Los jardines secretos”, escrito a cuatro manos por el prestigioso psicoterapeuta parisino George Escribano y por un servidor vuestro. Lo que hemos tratado de exponer en este libro es que ese espacio, al que hemos llamado el jardín secreto, es no sólo algo bueno para el desarrollo de la persona, sino incluso imprescindible para que sus relaciones, especialmente las de pareja pero también las familiares, las laborales y las sociales en general, sean adultas, sanas y constructivas.
Hay un espacio de intimidad que es necesario respetar, un jardín secreto (o privado, si prefieres esta palabra) emocional y creativo, que nos hace crecer como personas, que nos permite refugiarnos sin huir, desear sin miedo a los juicios, y hasta reinventarnos, si es preciso. Cada uno/a de nosotros/as tiene que velar por su jardín secreto, una parcela de nuestra vida que es básica para nuestra estabilidad emocional.
La mayor novedad que, modestamente, creo que aportamos es la constatación empírica y la explicación científica de la necesidad de ese espacio propio en todas las personas. Y la descripción, a partir de casos reales, de cómo se puede lograr una mejor relación de pareja (independientemente del origen, el nivel social o la orientación sexual), lo que extrapolado puede servir también para las relaciones entre países o culturas.
Las neurociencias, junto con la Psicología en sus diferentes variantes, han aportado datos y experiencias suficientes en los últimos años sobre el ser humano y sobre el funcionamiento de nuestro cerebro como para poder afirmar, con una sólida base de conocimiento (es decir, más allá de lo que nos dicta el frecuentemente engañoso sentido común, teñido de cargas culturales ancestrales), que los seres humanos necesitamos, para serlo de verdad y de forma adulta, construir nuestro propio jardín secreto, físico y/o psíquico. Dicho de otra forma, el jardín secreto es una necesidad humana, y su existencia, cuidado y respeto permite relaciones sanas y equilibradas en las parejas. Es más, la creación de ese lugar es indisociable de la evolución del individuo hacia la madurez y un síntoma de buena salud mental.
Alguien podrá decir que éste es un invento más de la sociedad egótica (centrada en el ego) del siglo XXI, una creación intelectual al servicio de unos impulsos poco o nada intelectuales. Dicho de otra manera: la justificación de algunas personas para no tener que comprometerse, o para “hacer su vida” sin tener que dar explicaciones a la pareja. Nada más lejos de la realidad, que se encarga pertinazmente de demostrar, tanto dentro como fuera de la consulta del psicólogo/a, que el respeto absoluto hacia el espacio íntimo del otro o la otra no sólo es compatible con el amor, el altruismo y la compasión, sino que es una condición sine qua non para que una pareja funcione verdaderamente como tal. Y es así porque la persona que conoce su propia intimidad y la valora es capaz de construir desde esa intimidad, mientras que la que no la posee, porque la ignora o porque renuncia a ella, poco o nada puede aportar a la intimidad de la pareja o al desarrollo de la sociedad.
Fuente: InteligenciaEmocional
Cuando una pareja se separa o se divorcia, se suele escuchar a alguno de los protagonistas (o a los dos) decir cosas como: “¡Es que me faltaba el aire!”. O bien: “¡Necesitaba mi propio espacio!”. O incluso cosas más concretas del tipo: “¡No me dejaba ni escuchar la música que quería!”. O: “Se enfadaba si salía una noche con mis amigas”.
En estos casos, como en la inmensa mayoría de separaciones, sean por mutuo consentimiento o tras ver volar los platos por encima de las cabezas de los respectivos, la realidad es que uno de los dos abandona el hogar común y trata de construir uno nuevo, buscando ahí el espacio y el aire que al parecer le faltaban. Lo cual, como es fácil de suponer, lleva asociadas toda una serie de consecuencias, por supuesto emocionales (las más difíciles de digerir y gestionar, máxime si hay hijos de por medio), pero también sociales y económicas.
Muchas veces la añoranza o la inexistencia de ese “espacio propio” es esgrimida como un argumento de peso, como una razón que al parecer justifica la separación. O bien, sin llegar a la separación, esa falta de espacio aparece indirectamente en forma de agresividad o tristeza, e incluso de enfermedad, según las diferentes estructuras de personalidad, o dicho de forma más sencilla, según la forma de ser de cada uno.
En su libro, George Escribano y Josep López exponen los
beneficios de tener espacios propios, al margen
de la pareja, para el desarrollo personal y social.
Acaba de llegar a las librerías un libro titulado “Los jardines secretos”, escrito a cuatro manos por el prestigioso psicoterapeuta parisino George Escribano y por un servidor vuestro. Lo que hemos tratado de exponer en este libro es que ese espacio, al que hemos llamado el jardín secreto, es no sólo algo bueno para el desarrollo de la persona, sino incluso imprescindible para que sus relaciones, especialmente las de pareja pero también las familiares, las laborales y las sociales en general, sean adultas, sanas y constructivas.
Hay un espacio de intimidad que es necesario respetar, un jardín secreto (o privado, si prefieres esta palabra) emocional y creativo, que nos hace crecer como personas, que nos permite refugiarnos sin huir, desear sin miedo a los juicios, y hasta reinventarnos, si es preciso. Cada uno/a de nosotros/as tiene que velar por su jardín secreto, una parcela de nuestra vida que es básica para nuestra estabilidad emocional.
La mayor novedad que, modestamente, creo que aportamos es la constatación empírica y la explicación científica de la necesidad de ese espacio propio en todas las personas. Y la descripción, a partir de casos reales, de cómo se puede lograr una mejor relación de pareja (independientemente del origen, el nivel social o la orientación sexual), lo que extrapolado puede servir también para las relaciones entre países o culturas.
Las neurociencias, junto con la Psicología en sus diferentes variantes, han aportado datos y experiencias suficientes en los últimos años sobre el ser humano y sobre el funcionamiento de nuestro cerebro como para poder afirmar, con una sólida base de conocimiento (es decir, más allá de lo que nos dicta el frecuentemente engañoso sentido común, teñido de cargas culturales ancestrales), que los seres humanos necesitamos, para serlo de verdad y de forma adulta, construir nuestro propio jardín secreto, físico y/o psíquico. Dicho de otra forma, el jardín secreto es una necesidad humana, y su existencia, cuidado y respeto permite relaciones sanas y equilibradas en las parejas. Es más, la creación de ese lugar es indisociable de la evolución del individuo hacia la madurez y un síntoma de buena salud mental.
Alguien podrá decir que éste es un invento más de la sociedad egótica (centrada en el ego) del siglo XXI, una creación intelectual al servicio de unos impulsos poco o nada intelectuales. Dicho de otra manera: la justificación de algunas personas para no tener que comprometerse, o para “hacer su vida” sin tener que dar explicaciones a la pareja. Nada más lejos de la realidad, que se encarga pertinazmente de demostrar, tanto dentro como fuera de la consulta del psicólogo/a, que el respeto absoluto hacia el espacio íntimo del otro o la otra no sólo es compatible con el amor, el altruismo y la compasión, sino que es una condición sine qua non para que una pareja funcione verdaderamente como tal. Y es así porque la persona que conoce su propia intimidad y la valora es capaz de construir desde esa intimidad, mientras que la que no la posee, porque la ignora o porque renuncia a ella, poco o nada puede aportar a la intimidad de la pareja o al desarrollo de la sociedad.
Fuente: InteligenciaEmocional